domingo, 19 de enero de 2014

ENTRE AMIGOS

Bueno, mientras nos maten sobre el papel la cosa no está jodida del todo. Aún podemos hacer cosas importantes... Dijo ésto como si la ficción pudiera hacerse realidad de repente con algún acto mágico que en el fondo sabía que nunca sucedería. Estaba bromeando, quería mostrar que tenía sentido del humor, y que no iba a amargarle la copa y el habano ningún cuento de mierda, por muy viral que fuera.
Pero presi, lleva más de cinco millones de visitas en YouTube. Los informativos lo sacan en antena, incluso algunos programas hacen su propia versión del presidente en la camilla del hospital. Hay chistes, se hacen bromas, es la comidilla de los bares. ¡Joder!, si hasta la seguridad del ministerio hace bromas en el escaner. ¿Bromas, qué bromas?, preguntó el presidente, entre ofendido y curioso. Esta mañana, el de seguridad y el guardia civil que hay en el escaner comentaban que el presidente siempre pasaría sin dificultades, porque estaba hueco por dentro y el aparato no detectaría nada. ¡Jaja!, humor patrio. Aunque no había convicción ni en la risa ni en las palabras, ni sabía de lo que hablaba. Nunca lo había sabido. Presi, no le toman en serio, no le respetan, no le quieren, se ríen, hacen burla... Se calló de pronto, eran demasiadas cosas y no quería seguir. En la habitación se hizo el silencio y los presente tuvieron tiempo de paladear la mentira de sus vidas. Todos paseaban su mirada sobre todos; uno apuraba su copa, otro el pitillo, aquél se ponía en pie para servirse un culín de malta. El presidente fumaba en silencio, con la mirada perdida en el techo. De repente, el asesor para asuntos extraordinarios que había permanecido todo el tiempo ajeno a la conversación, tomó la palabra. Presidente, tengo una duda. ¿Cómo consiguió hacerle eso?, ¿de verdad utilizó un guante de veterinario? Éso tenía que haber provocado alguna reacción entre los presentes, pero pasaron unos segundos sin que nada ocurriera, solo el presidente se reincorporó en el sillón para decir: ¿Eh? Y su ojo izquierdo parpadeo dos veces, ajeno a su voluntad.

miércoles, 15 de enero de 2014

LO NORMAL ES DESTRIPARLO

Tras dejar un reguero de pruebas en la visita a Rodalquilar, y no haber encontrado ni un gramo de oro, las cosas volvieron a la normalidad. Lo normal es ese estado en que las cosas y las personas se encuentran en reposo y no parecen conscientes de lo que pulula a su alrededor. A decir de algunos, las personas normales son silenciosas, maleables, simples, comprensivas, son..., la mayoría silenciosa. Naturalmente no existe tal mayoría. Las personas normales no existen, todas guardan secretos más o menos inconfesables que las alejan, indefectiblemente, de ese estado, aparentemente, plácido.
No vamos a entrar en detalles escabrosos de como el presidente llegó a las manos de Sura, sería añadir excesiva sangre a la morcilla. Lo cierto es que le encontraron, al presidente, sobre una cama vieja de hospital, a la mañana siguiente. Una sábana le cubría entero, y seguramente nadie hubiera reparado en él si no hubiera sido por el charco de sangre del suelo y la mancha en la tela. Al parecer, una mujer de la limpieza, con un contrato basura, fue la responsable del hallazgo. 
Al descubrir el cadáver, lo que encontraron fue el cuerpo de un hombre entre los cincuenta y sesenta años, tendido sobre la espalda (decúbito supino), con la boca y los ojos abiertos. Al girarlo de lado, comprobaron que de las vertebras lumbares salía un catéter con restos de anestesia peridural, también conocida como epidural, un método muy utilizado en los partos. No había heridas visibles, salvo que entre las piernas del fallecido encontraron todo el intestino grueso y unos cinco metros del intestino delgado que había sido extraído, a través del recto, sin muchas contemplaciones. Eso fue lo que causo la muerte, sentenciaron los médicos. Además, junto a los restos de las tripas, encontraron un guante de los que usan los veterinarios para auscultar a las vacas. Parece que el asesino se lo puso para acceder al interior y extraer los órganos. Los médicos también dijeron que el "paciente" sufrió de lo lindo, pues ese tipo de anestesia inmoviliza de cintura para abajo, pero no interfiere en la sensibilidad de los nervios intestinales, por lo que al traccionar de ellos con fuerza y determinación a través del ano, debió sufrir un dolor irresistible. 
Los doctores también observaron que todo lo demás era normal.

miércoles, 1 de enero de 2014

POSTAL DESDE RODALQUILAR

Ya es el año 2014. Ha costado lo suyo llegar vivos al final, pero hemos llegado. Llevaba sin noticias de Sura nueve meses, hasta que el otro día, al abrir el buzón, encontré una postal con matasellos de Almería. No había texto, tan solo mi dirección. En el anverso una fotografía de las minas de oro de Rodalquilar, en concreto de las ruinas de las instalaciones para el tratamiento del mineral.
Ignoro que es lo qué quería decirme con la postal. Tal vez estaba de paso y le pareció divertido; quizá envió diez más ese mismo día; o era un mensaje indicando el lugar de una víctima..., ¿quién sabe? Opté por creer que era una invitación, y sin pensarlo dos veces (lo que quiere decir que no lo pensé en absoluto), me lancé a la carretera justo cuando todo el mundo comienza a celebrar el fin y el principio de algo. 
En realidad, lo estoy planificando según lo voy escribiendo, por lo qué cuando estés leyendo ésto, amable lector, habré partido o estaré a punto de partir hacía ese lugar en el que probablemente no suceda nada; y digo éso porque anticipo el futuro utilizando las matemáticas. Pero claro, la emoción no se encuentra en el destino, sino en el propio viaje. 
En la mente de un viajero suceden multitud de acontecimientos que ahora no es momento de plasmar, baste con decir que aquel que entiende sabe de lo que hablo. A fin de cuentas el viaje siempre es interior, a lo más profundo, mientras nuestros ojos miran como pasa la vida y nos ama, o nos hiere. 
No, no es una invitación, diría que es el motivo.

domingo, 31 de marzo de 2013

UN DIENTE DE ORO

Cuando abrí el sobre, ésto fue lo que encontré.

     Sr. Cran

          No sabe usted el placer que es conducir una locomotora en medio de un paisaje nevado. La pega es que siempre acabo entrando en una estación con gente esperando, y la verdad, entre usted y yo, no sé qué esperan.
Retomando donde lo dejamos. La tía abuela del amigo de mi amigo le contó a su sobrino nieto como fue lo de su hermano, ésto es, lo del abuelo. A comienzos del mes de agosto de 1936 en un pueblo de Burgos de donde la familia era originaria, entraron una noche un grupo de falangistas dispuestos ha realizar una limpia. Se dirigieron a casa del herrero y le sacaron de la cama. Al parecer el cura había informado que nunca iba a la iglesia. Esa noche se llevaron a otros muchos: el maestro por ser declarado republicano; al farmacéutico por ser miembro de Acción Republicana; jornaleros y campesinos pertenecientes a la CNT, y algún otro sin filiación política conocida pero con silenciosos enemigos en el pueblo. Los subieron a un camión y nunca más se supo de ellos hasta el día del seguro de decesos que le conté. Unos años antes, herrando un caballo, el animal le propinó una coz al herrero que le rompió el arco cigomático y la perdida de un diente, sustituido por uno de oro. Lo que sigue a continuación es el desenlace de una venganza. 
El vendedor de seguros indago el origen del anciano beneficiario del seguro, (es increíble los datos que se pueden obtener con un nombre y un DNI sr. Cran), resultando que don Anselmo Muñoz Peña, el titular de la póliza, era hijo de Anselmo Muñoz Alonso, conocido falangista en la zona por las "sacas" que se cometieron en aquellos meses y que como es natural, quedó impune, pese a que eran asesinatos en toda regla. Un terrible deseo de venganza invadió al amigo de mi amigo. Como usted sabe, sr. Cran, a través de las redes sociales se puede saber cuando una persona esta conectada o no. El vendedor de seguros se tomaba una cerveza no muy lejos de la calle Claudio Coello, cuando al pasar por un ciber-locutorio tuvo la idea de comprobar si Anselmo hijo estaba conectado. Un frío rencor le poseyó al ver activo el nick de "ledesma", que era el que utilizaba el viejo para pulular por la red. Salió del ciber y, aunque ya eran pasadas las diez de la noche, subió al domicilio del coleccionista Anselmo. Mi amigo no me da muchos detalles, pero la cosa sucedió más o menos así. Una vez dentro de la casa con la escusa de firmar algún papel, el amigo de mi amigo cogió el revólver ruso de la vitrina, que vaya usted a saber por qué, se encontraba cargado después de más de 60 años, y disparó una vez sobre la sien de Anselmo, lo limpió de huellas y se lo colocó en la mano. Después recogió la calavera del diente de oro de la vitrina y salió del piso. A los dos días se publicó en la prensa una pequeña nota sobre el suicidio de un anciano en Madrid, y nada más. Usted comprenderá que era muy complicado para los familiares del difunto denunciar la desaparición del objeto.

jueves, 21 de marzo de 2013

ASESINATO SURREALISTA

Tal y como dije el otro día, la red es un lugar que puede resultar peligroso. Al menor descuido te puedes encontrar con tu nombre pululando por internet sin comerlo ni beberlo, acompañado de otros datos e incluso de imágenes comprometedoras. Hay quien confunde a unas personas con otras y se enzarza en una persecución cuando menos paranoica. Por no hablar de lo fácil que es confundir, para algunos, la virtualidad con la auténtica realidad. Sea como fuere, cuando Sura se topo con Alemán ignoraba la relación que éste podía tener con Albión.  Nuestro amigo Sura tenía una cuenta pendiente con un compañero de aula desde los tiempo del instituto, aunque en su favor hay que decir que se olvidó de su "amigo" hasta que apareció en forma de comentario en una noticia de un periódico. Sura no es rencoroso, simplemente no olvida y el que se la hace se la paga, así pasen mil años. Ahora resulta baladí rememorar los motivos de la inquina de nuestro psicópata particular, baste decir que le mueve el poder, necesita que su víctima sepa quién manda y tiene el control. La noticia en la que halló el comentario iba de arte y lo escrito versaba sobre Oscar Wilde, pero fue el nick: Alemán, lo que le puso sobre la pista. Existía un perfil en el diario con ese apodo, y un blog relacionado con el mismo; y de ahí fue a parar a otro blog que parecía escrito por otra persona. Alemán mantenía largos diálogos con Albión, el autor del otro blog, y todos esas conversaciones versaban sobre lo mismo: política, arte, filosofía, literatura..., y cualquier otro asunto que les permitiera el lucimiento ante los ojos del resto, pocos, en honor a la verdad. Encontró Sura que Alemán y Albión eran la misma persona bajo distintos disfraces; uno fingía escribir desde allá y el otro desde acá. Aquel encaramado al púlpito, éste subido a una vieja caja de madera de cerveza Guinness, en la puerta de un decrépito pub dublinés. La cosa tenía su guasa y su pizca de gracia, sobre todo cuando Alemán sucumbió al requerimiento de una quedada entre blogueros que Sura ingenió. Se citaron en una terraza de la Costa Brava. A su espalda la iglesia de Santa María, envueltos en el aroma de una zarzuela de pescado y en el inconfundible olor de unos mejillones de roca al vapor. Tras la comida y abundantes vinos, cavas y licores, Sura le propuso a Alemán dar un paseo por la pictórica bahía. La tarde amenazaba lluvia, pero los efluvios alcohólicos les sirvieron de acicate, más al segundo que al primero dada su tendencia a la fanfarronería. La conversación se deslizó por el camino del arte y la belleza del paisaje daliniano; sobre la costumbre griega de colonizar a través del comercio e imaginar como sería aquel paraje hace dos mil quinientos años, cuando los colonos griegos arrumbaron a aquella costa casi virgen con sus cóncavas naves y su cultura. El desenlace fatal vino, como siempre, por sorpresa. El paseo se salió de los margenes del pueblo y se fue alzando entre la accidentada y rocosa costa. Ambos se pararon en un saliente que bien podía hacer las veces de mirador. Sura ofreció un pitillo a Alemán y, mientras éste daba la segunda calada disponiéndose a ver el milenario mar desde la turbiedad de los licores y la conversación, bastó un ligero empujón para que se despeñara y quedara tendido sobre la minúscula cala que había treinta metros más abajo, cual hombre invisible.

PD: el autor no se olvida de la calavera con el diente de oro. Espera carta de Sura.

martes, 19 de marzo de 2013

CARTA DE SURA


La costumbre suele ser el refugio de la comodidad y un seguro contra los sobresaltos. Como todas las mañanas, tras volver de mis quehaceres, abrí el buzón con la ilusión infantil de siempre, esperando algo más que un folleto del Carrefour; tal vez una postal o la carta de un antiguo amor.
De su interior saqué un díptico de una clínica dental, el menú del chino del barrio, una carta del banco y otra sin remitente. Como cualquier hijo de vecino empecé por la más prometedora: la que venía sin remite.

Apreciado Cran.

   Una vez más me dirijo a usted para contarle una de esas historias que nos entretuvieron tanto en nuestro encuentro en el tren. La que le traigo hoy es muy reciente, tanto, que cuando reciba ésta, aún se estará pergeñando o a punto de llevarse a cabo. Esta cosa de las redes sociales siempre me ha parecido asunto de niños, juguetes. Los de mi edad nos hacíamos hombres al poco de empezar el bachiller; pero desde los años noventa en adelante, hasta los jubilados serios se vuelven pueriles en sus pisos del barrio de Salamanca.
No hace mucho, unos pocos meses, un amigo me contó lo que otro amigo le transmitió a él y que resultó ser un asunto de venganza entre autores de blog, tuiteros y otras carnes variadas. El amigo de mi amigo, agente de seguros por más señas, acudió a la casa de un jubilado en la calle Claudio Coello a renovar la póliza de los muertos o seguro de decesos, y de paso intentar venderle algo más que le rindiera una pingüe comisión. El ahora venerable anciano tenía la casa llena de recuerdos de la Guerra Civil, bien expuestos y a la vista del visitante en una vitrina en el hall de la casa. Consistían tales recuerdos en condecoraciones varias del bando franquista y otros objetos varios de soldados republicanos que un antepasado había recolectado después de alguna batalla u otra escabechina de mayor o menor importancia. Había cucharas, un revólver ruso modelo Nagant, y hasta una calavera con todos sus dientes, incluido uno de oro, y una cicatriz en el arco cigomático del ojo izquierdo. Renovaron el seguro de decesos y charlaron sobre aquella masacre de ricos, religiosos y pobres. La historia de la calavera quedó difusa, sin embargo, tanto el jubilado de los trofeos como el amigo de mi amigo se reconocieron aficionados a las redes sociales, y el primero no dudó en ofrecer su casa para lo que gustara, dada la común afición y las buenas migas que hicieron. Quiso la casualidad, tan amiga de lo improbable, que el agente de seguros le contará la anécdota a su tía abuela, viuda y hermana de su abuelo materno y que ésta reconociera en el "ser o no ser", la cuestión de la desaparición de su hermano en los albores del Golpe de Estado de 1936. 
Y aquí lo tengo que dejar, sr. Cran, las obligaciones me llaman, le contaré el desenlace en una próxima misiva.

jueves, 14 de marzo de 2013

TORRE DE LAS CIGÜEÑAS

Me gustan las ciudades de piedra. La solidez de las casas, los blasones. Los arcos de las ventanas y los secretos que guardan tras los muros. 
Eran poco más de las siete cuando el tren llegó a la estación de Cáceres. Caminaba en dirección a la plaza Mayor y el gentío iba en aumento según me aproximaba; el pasar por delante de una churrería en la que servían chocolate caliente me abrió el apetito. Entré y desayuné entre el alborozo de las personas que venían de la procesión del Nazareno. Los churros recién hechos y la taza de chocolate humeante, junto con la humanidad que rebullía en el interior del local, me hicieron sentir más gregario que nunca, con un extraño sentimiento de pertenencia a un cuerpo similar al de un pulpo formado por cientos de brazos, todos independientes pero capaces de obedecer al unisono ante un impulso nervioso. Alejé esos pensamientos y pedí la cuenta.
-Le han invitado, señor.
-Quién.
-El joven que sale por la puerta.- Me dijo el dependiente señalando, con un gesto de la cabeza, hacía la salida que estaba a mis espaldas. Miré en la dirección indicada, pero solo pude ver la espalda del buen samaritano. Era Sura. Lo había olvidado completamente. Tras la conversación en el vagón restaurante no le había vuelto a ver, salvo cuando llegamos a la estación, entró en el compartimento para coger la bolsa de viaje del portaequipajes, me dio la mano y se despidió.
Al salir a la calle me topé con una mañana fría y húmeda que había olvidado. Aún se me antojo más fría cuando recordé la imagen de Sura saliendo por la puerta. Había estado en la misma habitación que él y no lo había visto, no caí en su presencia. Si alguien hubiera puesto a todos los clientes de la churrería en una rueda de reconocimiento, junto con un número igual de otras personas, y me hubiera pedido que distinguiera entre unos y otros, lo podría haber hecho, pero me di cuenta de que Sura, un tío con el que estuve hablando y viendo más de tres horas, habría pasado desapercibido. Un escalofrío recorrió mi espalda y una enorme soledad me invadió al percatarme de lo desvalidos que podemos estar ante la maldad. Una maldad sin razón de ser, arbitraria, al albur de un depredador que acecha por placer; para demostrar que la impunidad existe.
Todas la torres de Cáceres menos una (la de los Ovando), están desmochadas. Lo mandó la reina Isabel de Castilla, como castigo hacía los nobles que apoyaron a la otra pretendiente al trono: Juana de Trastámara, también conocida como la Beltraneja. ¿Soy el Ovando de Sura? Éso me hace sentir agradecido y un traidor.

Próximo post: Carta de Sura

lunes, 11 de marzo de 2013

RASKOLNIKOV NO ES PELIGROSO

El tren salió a las 22'35 de la estación de Atocha con destino a la ciudad de Cáceres. Era la noche de inicio que da comienzo a los días festivos de la Semana Santa. El tren correo no cejó en su intento de llegar a su destino a pesar de las numerosas paradas que efectuó en el trayecto. Viajaba en un compartimento de primera, cómodamente sentado en uno de aquellos asientos de tela aterciopelada en un tono verde grisáceo,  con orejeras y apoyabrazos, junto a la ventana y de espaladas al avance del tren. Las seis plazas se completaban con dos chicas extranjeras, a su lado un empleado de los ferrocarriles sentado frente a mi; un señor con bigotito franquista a mi  izquierda, y un asiento vacío que quedó ocupado en la primera parada por un joven de aspecto aniñado que se bajó en la penúltima antes de llegar a Cáceres. Las chicas, creo recordar que francesas, no paraban de hablar entre ellas, el señor del bigote dormitaba y a veces resoplaba imitando el sonido de una cafetera, lo que provocaba la hilaridad contenida de las francesas; el joven que subió no abrió la boca en todo el trayecto, lo pasó dormido. Así que a parte de leer Crimen y castigo, trabé conversación con el ferroviario que resultó que hacía un curso de maquinista. Era un hombre en la veintena, de pelo castaño, agradable de rostro y modales, educado, con una conversación entretenida. Se dirigió a mi entre la primera y segunda paradas, cuando llevábamos algo más de una hora de viaje. 
-¿Le apetece un cigarrillo?- Me inquirió a la vez que me ofrecía la cajetilla de Malrboro abierta. Levanté la vista del libro para mirar su cara y el gesto.
-Si, gracias, me apetece.- Le respondí a la vez que cogía uno cigarro del paquete. Miré a las chicas y les mostré el tabaco, dando a entender si les importaba, encontrando que asentían y empezaban a rebuscar en sus bolsos para hacer ellas lo mismo, parece que se habían cohibido hasta ese momento.
-Extraordinario personaje ese Raskolnikov; leí la novela hace tiempo y me pregunté si Dostoiesvki llegaría a conocer a alguien así en su vida, o si lo sacó todo de su imaginación y conocimientos del ser humano-. Mientras todos encendíamos nuestros cigarrillos medité la respuesta que debía dar. No sé porque pensé que esperaba algo concreto, que no se conformaría con un convencionalismo.
-Si que lo es..., creo que Fiodor - me pareció que tutear al maestro me daba un aire de autoridad -, tuvo que conocer a alguien muy parecido a Raskolnikov. Recuerdo haber leído algo sobre que se inspiró en un hecho real, aunque puede que esa referencia sea apócrifa. Lo que esta claro es que el autor era un gran conocedor de la psique humana, de sus debilidades, y que él mismo tuvo una dilatada experiencia de las alegrías y sinsabores de la vida. ¿Usted comparte el retrato humano y psicológico que hace el escritor del personaje, qué piensa de él?
-Creo que es muy acertado y preciso, aunque no comparto las disquisiciones morales y éticas de Rodion - ahora era él quien tuteaba al personaje, y por lo tanto al autor -. Me parece que un asesino de su inteligencia no se atormenta de ese modo; ha hecho un servicio a la comunidad y no debería sentir esa culpa interior. Imagino que era lo que se llevaba en aquella época-. Dio una chupada al cigarrillo y miró satisfecho, a través de los reflejos de la ventana, el paso veloz de la oscuridad.
-Pero entonces nos hubiéramos perdido una de las obras maestras de la literatura-. Le respondí.
-Si - me contestó -, pero a mi me interesa de la novela el crimen, no el castigo. Es mejor, más..., divertido, que los que se atormenten sean los que intentan esclarecerlo. Un depredador no siente culpa.
-Parece que sabe de lo que habla, ¿le apetecería ir al vagón restaurante y tomar un café? Así estiramos un poco la piernas-. Aceptó encantado. 
Nos sentamos en sendas banquetas junto a la ventana y pedimos dos cafés. Sin lugar a dudas ha sido la conversación más extraordinaria que he tenido en mi vida. En tercera persona y sin el menor atisbo de duda o recelo, el aprendiz de maquinista me relató como un muchacho amigo suyo, había matado a otro arrojándolo a las vías del tren. También me dijo que tenía muchas historias de esas y que si quería, me las podía contar todas, solo tenía que facilitarle una dirección y él me las haría llegar por carta de cuando en cuando. Han pasado treinta años del encuentro y aún hoy, en el momento de escribir estas líneas, me siguen llegando esos relatos atroces, uno por mes.
-¿Cómo se llama usted?
-Me llamo Sura.

domingo, 10 de marzo de 2013

DETALLES NIMIOS

Quién no recuerda aquellos pantalones de campana de los años setenta y las camisas con esos enormes cuellos que amenazaban con llegar al ombligo; y que me dices de los cardados de los primeros ochenta, terribles ¿verdad? El asesinato nunca pasa de moda. Fue Thomas De Quincey y su famosa frase: Si uno comienza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente, lo que hizo de Sura lo que es. Claro es que, De Quincey, escribió lo anterior con la mayor de las ironías y el mejor de los sentidos del humor; incluso podemos hablar de la estética del asesinato, pues, aunque todos estaremos de acuerdo en que el asesinato y su práctica es una cosa abominable, podemos convenir en que su realización evidencia la mayor o menor destreza de aquellos que los llevan a cabo. Del mismo modo, y realizando un modesto ejercicio de abstracción de la maldad que conllevan estos actos, se pueden clasificar por la astucia, inteligencia, arte y belleza con los que se planearon y escenificaron finalmente. No es lo mismo un alocado y difuso crimen pasional llevado a cabo en un momento de furia, que el frío, calculado y premeditado asesinato de un enemigo político, por poner dos ejemplos. Estas disertaciones un tanto extravagantes pueden ser vistas, por ciertas personas, como una muestra de mal gusto; no les digo ni que si ni que no, pero es bien cierto que con abstenerse de seguir leyendo queda solucionado el problema para aquellos de estómago incontinente, porque aunque hay quien dice que sobre gustos no hay nada escrito, eso no es cierto en absoluto; muy al contrario, sobre los gustos existe abundante literatura, alguna de muy buena calidad que sirve, precisamente, para educar el gusto y no andar por la vida hecho un gañán.
Sura, como ya conté en el segundo post, comenzó su vida de asesino a los trece años, y no fue fruto de la casualidad. En él ya estaba el germen que le llevaría y lleva por el tortuoso camino, para nosotros, del asesinato, y que para Sura solo es su ocupación principal, como para un arquitecto es el diseño y construcción de casas o edificios. Él forma parte de ese uno por ciento que lleva los rasgos propios de su personalidad al límite, y no se para ahí, además le añade el gusto por las cosas buenas de la vida. Con él rompieron el molde, y sé que habrá expertos que opinen de modo diferente y pretendan descatalogarlo, pero eso es porque no le han tratado, aún.

viernes, 8 de marzo de 2013

CAFÉ CON LECHE

Era una tarde sin viento en la que la lluvia caía, persistente y monótona, bajo un cielo gris plomizo y el canto premonitorio de los pájaros sobre las altas copas de los plátanos. Algunos peatones deambulan bajo los paraguas y en sus pasos, se adivina esa soledad que no reconocerían al posar sus codos sobre la barra del bar y pedir al camarero el infame café torrefacto con leche que éste le servirá y que no podrá endulzar ni con  toda la cesta de los azucarillos. La misma soledad que se ve en los ojos del barman cuando saca la bandeja humeante del lavaplatos y piensa , allá a lo lejos, entre el vapor incierto del géiser imposible, en la triste vida del parroquiano que da vueltas con la cucharilla a la taza del café con leche engañoso, mientras el tintineo del metal contra la loza se confunde con el sonido de la... No hay nada que hacer. 
El paraguas cuelga por el mango del mostrador, permitiendo resbalar el agua que forma un charco justo encima de tres servilletas arrugadas, los restos de un ala de pollo y unos huesos repelados de aceituna.
-Camarero, este café es una mierda. Le espeta cuando el otro pasa un paño mugriento por encima de las vitrinas de los aperitivos. El camarero levanta la cabeza y le mira con cara de desconcierto y cabreo, encogiéndose de hombros a la vez que suelta un bufido de hastío y continúa con la tarea de quitar la mugre con más mugre. 
-Sírvame otro café y no lo cargue tanto. 
Retira la cazoleta de la máquina, la sacude sobre el cajón de los posos y la coloca en el soporte del molinillo para volver a cargarla. Sura no pierde detalle de las operaciones. El camarero pone la cazoleta en la máquina y aprieta una tecla a la vez que pone un vaso bajo ella.
-No lo quiero en vaso, me gusta en taza, mediana y corto de café, con la leche bien caliente. ¿Lo ha cargado poco? 
Hace la pregunta a sabiendas de que no ha sido así, pues ha visto perfectamente como ha llenado la cazoleta y apretado contra el adminiculo que sirve para ese fin. El otro retira el vaso y pone una taza dejando que se llene de café. Hierve la leche en una jarra manchada de churretones y se lo sirve. Sura no dice nada, tan solo vierte la taza sobre el mostrador; y esparce el azucarillo sobre la mancha amarronada.
-Ahora lo vas a lamer. Le dice el camarero. 
Sura agarra el paraguas con la mano izquierda abarcando las varillas y tira del mango con la derecha. Al hacer ese gesto extrae un estoque de setenta centímetros con el que le propina un tajo en el cuello, éste se lleva las manos a la herida con los ojos desorbitados, emitiendo un gorgoteo de puchero hirviendo.
-¿Te has enterado ya de como me gusta el café, so guarro?

jueves, 7 de marzo de 2013

YO TE BAUTIZO

Al pobre gañán, ahora jubilado por muerto, que fue el padre de Sura, le gustaba leer a los clásicos. Debió ser entre gavilla y gavilla, o tal vez en un descanso mientras cavaba con desazón y azadón en mano el huerto que el abuelo y padre del padre de Sura le había legado, antes de morir, junto a un arroyo que la mayor parte de los días y los años estaba seco como ojo de tuerto, y por el que corrían cantos rodados cuando el hijo de su abuelo tropezaba en ellos al cruzar el cauce. El caso es que allí mismo, un día cualquiera, se sentó en el suelo y apoyó la espalda junto al tronco del sauce llorón sacando de la faja las Vidas paralelas de Plutarco y poniéndose a leer sin más dilación. La preñez de Ramona, su esposa y futura madre de Sura estaba en su cenit, por lo que era probable que al volver a la casa de cuatro paredes de adobe con el improductivo azadón al hombro, el parto se hubiera producido. Contaba Plutarco, hablando de Cicerón, que en Roma habían quedado unos cuantos corrompidos por Catilina a los que reunió y alentó Cornelio Léntulo, apodado Sura. El tal Léntulo era un corrupto que había sido expulsado del Senado y nombrado pretor. El asunto es que Cornelio Léntulo fue cuestor en tiempos de Sila, y dilapidó los dineros públicos en lo que mejor le pareció sin que la plebe obtuviera beneficio alguno de sus manejos. Fue llamado al Senado por el propio Sila para que rindiera cuentas, y presentóse antes los togados con altanería y desvergüenza para decirles que no estaba para dar cuentas (lo cuento casi con las palabras de Plutarco), y que lo que haría sería presentar la pierna, que es lo que hacían los muchachos al hacer falta jugando a la pelota. De ahí le vino el nombre de Sura, ya que así llaman los romanos a la pierna. En su inocencia de labriego leído sílaba a sílaba, a Leandro, que así se llamaba el difunto progenitor, le pareció que Cornelio Léntulo era un hombre de probada inteligencia e ingeniosidad, y que si al volver a casa con el azadón mellado de cavar en el reseco huerto el retoño había nacido, se llamaría Sura. 

martes, 5 de marzo de 2013

SURA

Si el uno por ciento de cuarenta y siete millones son cuatrocientos setenta mil, el seis por ciento serán dos millones ochocientos veinte mil psicópatas que hay en España. Una cantidad nada despreciable para los tiempos que corren y que sería la misma si los tiempos fuesen otros.
¿Y dónde se encuentran?: por todas partes. Entre los políticos hay muchos, es una profesión muy afín y propicia al perfil. En el mundo empresarial y sus altos directivos. En la pequeña y mediana empresa. Entre los trabajadores. En la iglesia. En el ejército. En la medicina... No hay ningún lugar que no tenga su proporción de psicópatas. ¿Quién no recuerda a un amigo, compañero o familiar que reúna algunas o todas las características que los definen?

Por un instante, solo uno muy pequeño, el psicópata se siente tentado de hacer una pequeña confesión del tipo: "me he reído con esa secuencia de la película", pero es que no tenía gracia, no sé si me explico; uno no se ríe con la desgracia ajena, aunque sea en la ficción y chorree sangre y vísceras. No causa risa la tragedia de Edipo ni el Hamlet de Shakespeare.

Un insecto, un pájaro, gatos o perros son los primeros crímenes que suele cometer un futuro asesino en serie . Malos tratos en la niñez y abusos sexuales son otros posibles desencadenantes. Lo cierto es que Sura no inicio su ascenso en el crimen por ninguna de estas causas. Lo suyo fue instantáneo. Cierto día, al poco de cumplir los trece años y estando en clase de matemáticas, un compañero de clase se río de él ante una respuesta errónea a la pregunta de doña Sonsoles, esposa de don Jesús y profesora de la asignatura. Toda la clase rompió en risas y Sura, se puso rojo como un tomate por primera y única vez en su vida. Pepe "el fullero", que era como llamaban al bromista, perdió aquel día la vida en un lamentable accidente al cruzar las vías. Sura sabía que todos los días, a las seis y veinte de la tarde, pasaba un mercancías dirección Alicante. Le dijo a Pepe, al salir de clase, que sabía de una huerta donde afanar una bicicleta que el hortelano dejaba apoyada en un árbol mientras regaba y faenaba en el huerto. Quedaron unos minutos antes de la hora del paso del tren. Sura llegó primero y se escondió. Vio llegar a Pepe, pero no salió de su escondite hasta que oyó que se acercaba el tren. El otro quiso cruzar antes de que pasara, pero Sura le disuadió por el peligro de quedarse atrapado entre los raíles o tropezar. Hizo más, se sacó una peseta del bolsillo y la puso en la vía para que Pepe viera como quedaba después de pasar las ruedas del tren por encima. Pasó la locomotora seguida de sus treinta y dos vagones, Pepe no perdía de vista el lugar donde había caído la moneda y Sura le propinó un empujón que metió el cuerpo de Pepe entre vagón y vagón, el segundo le partió por la mitad. 
Así fue como Sura cometió su primer crimen a la edad de trece años recién cumplidos.


lunes, 4 de marzo de 2013

PRIMEROS PASOS

Dicen que el uno por ciento de la población es psicópata, incluso hay estimaciones que hablan de un seis por ciento. 
Los rasgos fundamentales de los psicópatas son: poseer un encanto superficial, tener falta de remordimiento y vergüenza; poseer un comportamiento antisocial sin compunción  aparente, egocentrismo patológico e incapacidad de amar; falsos, insinceros, promiscuos. Inteligentes, con don de gentes y facilidad verbal, insensibles al dolor ajeno, faltos de empatía... Como ves, hay muchas posibilidades de que tu mismo lo seas  o de que conozcas a uno. Puede que hasta convivas con él y te haya pasado desapercibido. 
Existen dos opciones: O soy uno de ese uno por ciento, o uno del seis por ciento. No me gustaría despedirme sin recordarte que en el mundo hay unos siete mil millones de habitantes, cuarenta y siete de ellos en España, y que de esos cuatrocientos setenta mil no todos son peligrosos.