Tal
y como dije el otro día, la red es un lugar que puede resultar
peligroso. Al menor descuido te puedes encontrar con tu nombre
pululando por internet sin comerlo ni beberlo, acompañado de otros
datos e incluso de imágenes comprometedoras. Hay quien confunde a
unas personas con otras y se enzarza en una persecución cuando
menos paranoica. Por no hablar de lo fácil que es confundir,
para algunos, la virtualidad con la auténtica realidad. Sea como
fuere, cuando Sura se topo con Alemán ignoraba la relación que éste
podía tener con Albión. Nuestro amigo Sura tenía una cuenta
pendiente con un compañero de aula desde los tiempo del instituto,
aunque en su favor hay que decir que se olvidó de su "amigo"
hasta que apareció en forma de comentario en una noticia de un
periódico. Sura no es rencoroso, simplemente no olvida y el que se
la hace se la paga, así pasen mil años. Ahora resulta baladí
rememorar los motivos de la inquina de nuestro psicópata particular,
baste decir que le mueve el poder, necesita que su víctima sepa
quién manda y tiene el control. La noticia en la que halló el
comentario iba de arte y lo escrito versaba sobre Oscar Wilde, pero
fue el nick: Alemán, lo que le puso sobre la pista. Existía un
perfil en el diario con ese apodo, y un blog relacionado con el
mismo; y de ahí fue a parar a otro blog que parecía escrito por
otra persona. Alemán mantenía largos diálogos con Albión, el
autor del otro blog, y todos esas conversaciones versaban sobre lo
mismo: política, arte, filosofía, literatura..., y cualquier otro
asunto que les permitiera el lucimiento ante los ojos del resto,
pocos, en honor a la verdad. Encontró Sura que Alemán y Albión
eran la misma persona bajo distintos disfraces; uno fingía escribir
desde allá y el otro desde acá. Aquel encaramado al púlpito, éste
subido a una vieja caja de madera de cerveza Guinness, en la puerta
de un decrépito pub dublinés. La
cosa tenía su guasa y su pizca de gracia, sobre todo cuando Alemán
sucumbió al requerimiento de una quedada entre blogueros que Sura
ingenió. Se citaron en una terraza de la Costa Brava. A su espalda
la iglesia de Santa María, envueltos en el aroma de una zarzuela de
pescado y en el inconfundible olor de unos mejillones de roca al
vapor. Tras la comida y abundantes vinos, cavas y licores, Sura le
propuso a Alemán dar un paseo por la pictórica bahía. La tarde
amenazaba lluvia, pero los efluvios alcohólicos les sirvieron de
acicate, más al segundo que al primero dada su tendencia a la
fanfarronería. La conversación se deslizó por el camino del arte y
la belleza del paisaje daliniano; sobre la costumbre griega de
colonizar a través del comercio e imaginar como sería aquel paraje
hace dos mil quinientos años, cuando los colonos griegos arrumbaron
a aquella costa casi virgen con sus cóncavas naves y su cultura.
El
desenlace fatal vino, como siempre, por sorpresa. El paseo se salió
de los margenes del pueblo y se fue alzando entre la accidentada y
rocosa costa. Ambos se pararon en un saliente que bien podía hacer
las veces de mirador. Sura ofreció un pitillo a Alemán y, mientras
éste daba la segunda calada disponiéndose a ver el milenario mar
desde la turbiedad de los licores y la conversación, bastó un
ligero empujón para que se despeñara y quedara tendido sobre la
minúscula cala que había treinta metros más abajo, cual hombre
invisible.
PD: el autor no se olvida de la calavera con el diente de oro. Espera carta de Sura.